Por SILVANA SINI//
A él lo aterraba el abismo.
Los otros niños caminaban en fila por el puente colgante. Se divertían en la marcha repetida. Concluida la travesía, volvían a comenzar. A pesar de la poca altura que separaba el puente del suelo, a él lo aterraba el abismo. Solito, se quedaba parado en el césped junto a la pasarela. Silenciosas, sus pisadas en el pasto. Desde afuera pasaba sus dedos por las cuerdas ásperas de la baranda.
Siempre afuera. Siempre afuera. Siempre afuera.
Y llegó el día en que, con ayuda, logró subir al puente. Adentro, volvió a sentir la aspereza en las yemas de los dedos; sin embargo, fuertes las manos, no soltaron las sogas de las barandas. Adentro, con sus amigos, el rechinar de las maderas fue la música de sus pisadas.
Adentro, ya no existía el abismo.