Espacio Creativo

De tratarse bien se trata

Charly es el mayor de mis hijos. Joven, de treinta y pico, muy lindo, habla poco, inquieto. Pero, por sobre todo, es una bellísima persona. Además, padece un Trastorno del Espectro Autista.

Unos meses antes de emprender este viaje a Entre Ríos fui con Charly a un famoso local de hamburguesas en Buenos Aires, mi ciudad. Le di dinero para que consumiera lo que quisiera y nos acercamos al mostrador. Carlos se dirigió a la empleada y con un billete de cien pesos extendido en la mano le pidió en voz muy baja un cuarto de libra. De pronto, la chica de lindos rasgos, se transformó en una fea muchachita. Me miró, inclinó la cabeza hacia un lado y, como si estuviera oliendo algo desagradable, frunció la nariz y levantó el labio superior arrojándome un irrespetuoso “¡¿qué?!” como un guante en la mejilla. No fue el habitual “¿qué?” cuyo significado es “no entendí o no escuché”. Su mohín fue un contundente desprecio y una marcada grosería. Creí en ese momento que lo mejor sería que el desaire pasara inadvertido. Repetí un cuarto de libra sin chistar y la señorita antipática me entregó a mí el ticket y también el pedido.
Ayer, estando alojados en Gualeguaychú, Roberto, Charly y yo cruzamos la frontera para visitar Uruguay. A la hora de la cena entramos en Mercedes y fuimos a un agradable restaurant frente a la plaza principal. Charly sonreía muy contento porque pasaban canciones de Fito Páez, Calamaro, Los Pericos, etc. No quería estar sentado y se movía al lado de nuestra mesa al compás de la música. Cuando vino la camarera a levantar el pedido yo le pregunto a mi hijo mirándolo a los ojos:
— ¿Vos qué querés tomar?

— Agua con gas.

A partir de ese momento la moza siempre se dirigió a Charly:

— Y para comer ¿qué desea?

— Papas fritas con huevo frito.

— ¿Uno o dos?

— Uno.

— ¿Con qué lo va a acompañar?

— Con pan.

— Muy bien, señor, lo va a acompañar con pan.

Mientras esperábamos que trajeran la comida, Charly untaba el pan con la salsa golf que la camarera había traído en un platito para mi sándwich.

— Charly debe tener hambre porque a él no le gusta la salsa golf —le dije a mi marido.

— No, es que esa es una salsa casera muy rica, no es salsa golf —interrumpió la camarera.

“¡Qué genia esta mujer!”, pensé. “¿Quién soy yo para decir si le gusta o no le gusta, si tiene hambre o no tiene hambre y peor: ¡cómo puedo hablar de él como si no estuviera!?”

Después, cada vez que traía algo, le decía:
— Caballero, su pedido.
Entonces Charly se sentaba.

Cuando terminó de comer se volvió a levantar.
Luego, al tiempo en que él estaba caminando al ritmo del rock nacional, la camarera le preguntó:

— Señor ¿desea algún postre?

— Helado.

— ¿De qué sabor?

— Dulce de leche.

— ¿Una o dos bochas?

— Una.

— Enseguida se lo traigo.

Charly disfrutó encantado el final de la cena. Una señorita bonita y gentil lo había tratado con cordialidad y respeto. Ella vio a un joven de treinta y pico, muy lindo, que hablaba poco, inquieto. Pero, por sobre todo, reconoció en él a una bellísima persona.

Silvana Sini